jueves, 6 de noviembre de 2025

Hacia donde apunta el futuro del sistema económico y la sociedad: una mirada crítica a su devenir

 María José Villa López

Este ensayo realiza una reflexión crítica sobre la trayectoria histórica del sistema

económico y las implicaciones sociales de ese devenir, para luego aventurar posibles líneas de

futuro que podrían afrontar los desafíos emergentes. Se argumenta que el modelo económico

predominante ha generado ventajas y al mismo tiempo tensiones estructurales –entre

crecimiento, desigualdad, medioambiente y tecnología–, y que el futuro exige una

transformación sustancial del sistema económico y de la configuración social para evitar crisis

profundas y promover un desarrollo más equitativo y sostenible.


La historia del sistema económico de la humanidad se ha caracterizado por diferentes

modos de producción, intercambio y organización social. Desde las economías de subsistencia

hasta el capitalismo industrial y financiero globalizado, el sistema económico ha estado

entrelazado con la estructura social, política y cultural (Polanyi, 1944/2001). A medida que la

economía de mercado y la necesidad de crecimiento acumulativo han predominado, también han

emergido tensiones crecientes: desigualdad, degradación ambiental, precariedad laboral y crisis

de legitimidad. Ante este panorama, cabe preguntarse: ¿hacia dónde apunta el futuro del sistema

económico y de la sociedad que habita en él? Este ensayo pretende, en primer lugar, analizar

críticamente los rasgos centrales del sistema económico contemporáneo y su relación con la

sociedad; y en segundo lugar, ofrecer una reflexión prospectiva sobre los cambios

imprescindibles para que el sistema económico pueda orientarse hacia un futuro viable, justo y

sostenible.


El surgimiento del capitalismo de libre mercado y su expansión global implicó una

transformación de la naturaleza económica de la sociedad: la producción, el dinero, el

intercambio y la propiedad se integraron en un sistema impulsado por el crecimiento y la

acumulación de capital (Polanyi, 1944/2001). Sin embargo, este modelo ha sido objeto de crítica:

por una parte, por su pretensión de que el mercado lo regula todo y por otra, por la evidencia de

que está inmerso en relaciones sociales, culturales y políticas que no pueden reducirse a cálculos

económicos puros (Ekstedt & Fusari, 2010). A pesar de los logros del crecimiento económico,

los costos sociales y ambientales son evidentes: la desigualdad de ingresos, la precariedad

laboral, la externalización de costes ecológicos e incluso la fragilidad del sistema ante choques

financieros o tecnológicos.


Mirando hacia el futuro, algunos autores como Popkova, Ostrovskaya y Bogoviz (2021)

proponen que los sistemas socioeconómicos tenderán hacia una economía digital, sostenible y

orientada al ser humano. Esto implica pasar del crecimiento ilimitado a la prosperidad sostenible,

redistribuir la riqueza y repensar el trabajo ante la automatización y la inteligencia artificial (van

der Veen & Groot, 2024).


La historia del sistema económico muestra tanto la capacidad humana para generar

riqueza, innovación y progreso, como las tensiones estructurales derivadas de la desigualdad, la

explotación de recursos y la fragilidad de las instituciones sociales. Mirar hacia el futuro implica

reconocer que no basta con reproducir el modelo actual: es necesario reinventarlo. El sistema

económico del mañana debe orientarse hacia la sostenibilidad, la inclusión, la participación y la

transformación cultural. No se trata simplemente de ajustar el sistema existente, sino de repensar

sus fundamentos: ¿qué significa prosperidad?, ¿cómo distribuimos el valor generado?, ¿qué

papel juega la tecnología y quién la controla?, ¿cómo vivimos en un planeta con límites?

Responder estas preguntas es esencial para que la sociedad futura no sólo sobreviva, sino que

prospere de manera equitativa.


Referencias

Ekstedt, H., & Fusari, A. (2010). Economic theory and social change: Problems and

revisions. Routledge.

Hodgson, G. M. (2019). Evolutionary economic theory. In TheoryHub.

https://open.ncl.ac.uk/theories/12/evolutionary-economic-theory/

Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE). (2024). [Documento interno sobre

antropología, valores y teoría económica]. IESE Business School.

Popkova, E. G., Ostrovskaya, V. N., & Bogoviz, A. V. (Eds.). (2021). Socio‑economic

systems: Paradigms for the future (1ª ed.). Springer Cham. https://doi.org/10.1007/978-3-030-

56433-9

Polanyi, K. (2001). The great transformation: The political and economic origins of our

time (2ª ed.). Beacon Press. (Trabajo original publicado en 1944)

Sharov, A. (2018). Economy of social system, or general economic theory. Journal of

Economics and Development Studies, 6(3), 107‑115. https://doi.org/10.15640/jeds.v6n3a11

van der Veen, R., & Groot, L. (2024). Revisiting the capitalist road to communism:

Unconditional basic income and the post‑labor world. arXiv. https://arxiv.org/abs/2406.18194

Stiefenhofer, P. (2025). Techno‑feudalism and the rise of AGI: A future without

economic rights? arXiv. https://arxiv.org/abs/2503.14283

EL FUTURO DEL SISTEMA ECONOMICO

 EMMANUEL TOVAR

A través de la historia, la humanidad ha creado diferentes sistemas económicos que han

definido sus maneras de organización social, sus principios y su conexión con el entorno

natural. Desde el trueque comunitario hasta el capitalismo globalizado, cada sistema ha

mostrado tanto los triunfos como las contradicciones de su época. Hoy, frente a la crisis

ambiental, tecnológica y social que padece el mundo, es imperativo hacer una reflexión

crítica sobre el pasado para cuestionarnos hacia dónde avanza el futuro del sistema

económico y de la sociedad.

El capitalismo, establecido desde la Revolución Industrial, ha sido el impulsor del

progreso contemporáneo. Su habilidad para innovar, acumular y expandirse posibilitó un

crecimiento sin igual. No obstante, como señala Karl Marx (1867), este sistema también

se fundamenta en la explotación del trabajo y la apropiación desigual del valor generado.

Durante el siglo XX, el capitalismo demostró su adaptabilidad al integrar las políticas del

Estado de bienestar y, posteriormente, el modelo neoliberal que como indica David

Harvey (2007) estableció la lógica del mercado como un principio global, reduciendo la

intervención estatal y priorizando la ganancia frente al bienestar social.

En la actualidad, las restricciones del sistema son claras. El cambio climático, la

acumulación de la riqueza y la automatización laboral evidencian un modelo económico

que ha llegado a su límite. Naomi Klein (2014) argumenta que la crisis ambiental no

puede solucionarse con “capitalismo verde”, ya que el problema está en la lógica de

acumulación sin límites en un planeta limitado. Autores como Yuval Noah Harari (2018)

señalan que la revolución tecnológica y la inteligencia artificial pueden dar lugar a una

nueva forma de desigualdad: una división entre aquellos que gestionan los datos y

aquellos que son gestionados por estos.

Ante esta situación, el porvenir de la economía y la sociedad parece dividirse en dos

direcciones: una que intensifica la lógica vigente con nuevas envolturas tecnológicas, y

otra que se enfoca en una transformación estructural. Karl Polanyi (1944) había señalado

que las sociedades, al estar totalmente sometidas al mercado, responden tratando de

salvaguardar la vida y las relaciones humanas. En ese aspecto, la crisis presente podría

ser una oportunidad para crear modelos poscapitalistas fundamentados en la cooperación,

la economía circular, la redistribución del saber y la sostenibilidad ambiental.

No obstante, esta transformación no se basará únicamente en innovaciones técnicas o

reformas políticas, sino en un cambio cultural significativo. Edgar Morin (2011) sugiere

una “reforma del pensamiento” que incorpore la complejidad y la interrelación entre los

seres humanos y el entorno natural. En esta dirección, el avance del futuro no debe

evaluarse por el aumento económico, sino por la habilidad de asegurar vidas dignas,

justicia social y equilibrio ambiental.

En conclusión, una mirada crítica a la historia demuestra que ningún sistema económico

es eterno. El capitalismo, que alguna vez representó la promesa de libertad y progreso, se


encuentra hoy en una encrucijada histórica. El desafío del siglo XXI consiste en

reorientar la economía hacia el cuidado de la vida, la cooperación y la sostenibilidad.

Solo así será posible construir una sociedad que no solo produzca más, sino que viva

mejor.

En resumen, una revisión crítica de la historia revela que ningún sistema económico es

perpetuo. El capitalismo, que en algún momento simbolizó la esperanza de libertad y

avance, está actualmente en una encrucijada histórica. El reto del siglo XXI implica

redirigir la economía hacia la preservación de la vida, la colaboración y la sostenibilidad.

De esta manera se podrá crear una comunidad que no solo genere más, sino que también

disfrute de una mejor calidad de vida.

BIBLIOGRAFIA.

• Harvey, D. (2007). Breve historia del neoliberalismo. Akal.

• Harari, Y. N. (2018). 21 lecciones para el siglo XXI. Debate.

• Klein, N. (2014). Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima.

Paidós.

 Marx, K. (1867). El capital. Crítica de la economía política. Fondo de Cultura

Económica.

 • Morin, E. (2011). La vía: Para el futuro de la humanidad. Paidós.

 • Polanyi, K. (1944). La gran transformación: Los orígenes políticos

y económicos de nuestro tiempo. Fondo de Cultura Económica.

El futuro del sistema económico y la sociedad

 Jennifer Alejandra Torres Perlaza


El sistema económico global, basado en el capitalismo, se encuentra hoy en un momento

crítico. Durante siglos, este modelo ha prometido un progreso constante, pero su principal

motor la idea de un crecimiento sin fin choca ahora con la realidad de los límites del planeta y

la creciente desigualdad. El problema central que motiva esta reflexión es simple: si nuestro

modelo económico actual es insostenible social y ambientalmente, ¿cuál es su destino? Este

análisis busca revisar críticamente la historia reciente del sistema, incluyendo el rol de la

tecnología, para luego explorar las dos posibles direcciones que tomará el futuro de nuestra

sociedad.


El sistema económico moderno nació de la mano de la Revolución Industrial, cuyo

combustible no fue solo el carbón, sino la promesa de productividad ilimitada. El capitalismo,

en sus sucesivas etapas, supo movilizar recursos, conocimiento y mano de obra a una escala

sin precedentes, erradicando ciertas formas de pobreza al costo de institucionalizar otras

nuevas y más complejas. La narrativa del progreso se codificó en el Producto Interno Bruto

(PIB), una medida que enaltece la velocidad de la transacción sin medir la calidad de vida, la

salud ecosistémica o la distribución de la riqueza (El Blog Salmón, 2017). El gran fracaso

histórico de este modelo no es su ineficiencia productiva, sino su discapacidad filosófica para

internalizar los costos ambientales y sociales que genera.


La crítica se intensifica en el actual siglo, donde el capital ha trascendido su anclaje en la

producción material para convertirse en un ente principalmente financiero y especulativo. La

desregulación, la ingeniería financiera y el dominio de la maximización del valor para el

accionista han creado una economía de casino donde la riqueza se genera a través de la deuda


y la extracción de valor, divorciada del bienestar de la mayoría de la población (Panorama

Económico, 2021). Esta fase, marcada por la "gig economy" y la precarización laboral,

evidencia la contradicción terminal del sistema: una concentración de capital tan extrema que

amenaza la propia base de consumo que necesita para perpetuarse. Hemos llegado a un punto

de inflexión donde la historia nos confronta con la realidad de que la Tierra no es una variable

económica más, sino el soporte vital.


En este contexto de hiper-financiarización, el rol de la tecnología es profundamente ambiguo.

Por un lado, herramientas como la Inteligencia Artificial y las grandes plataformas digitales

han sido el acelerador de la concentración de capital, optimizando la vigilancia laboral,

limitando el trabajo a través de la 'gig economy' y fomentando el capitalismo de la vigilancia

donde la información personal se convierte en la materia prima más valiosa (Zuboff, 2020).

Por otro lado, la misma tecnología porta el germen de la liberación y la descentralización.

Tecnologías como blockchain ofrecen modelos para la gobernanza distribuida de recursos y

la creación de economías cooperativas (DAO) (Iberdrola, 2023), mientras que la IA, si se

desvincula de la búsqueda de ganancias privadas, tiene el potencial de gestionar la

complejidad de la transición energética y los sistemas de salud a escala planetaria, actuando

como un verdadero bien común.


El futuro, no es una mera continuación lineal del presente, sino una bifurcación crítica. Un

camino nos lleva al estancamiento y la distopía climática, la continuación inercial de la

economía fósil, las guerras por los recursos escasos, el aumento de la desigualdad hasta

niveles insostenibles y, como respuesta política, el auge de regímenes autoritarios que

prometen seguridad a cambio de libertad. Este es el futuro por defecto, impulsado por la

inercia institucional.


El segundo camino, el futuro de la regeneración y la suficiencia, exige una ruptura

epistemológica con el dogma del crecimiento. Este modelo post-crecimiento, o economía

circular, no aboga por el decrecimiento forzoso, sino por un cambio de enfoque, pasar de la

maximización de la cantidad (PIB) a la optimización de la calidad de bienestar, resiliencia,

ecológica. Implica una descentralización radical del poder económico a través de tecnologías

como blockchain aplicadas a la gobernanza local y la gestión de recursos. Significa redefinir

el éxito social, priorizando el cuidado de las personas y el planeta sobre el capital (Paech,

2019).


Una revisión crítica de la historia económica nos revela que cada sistema, sin importar su

robustez inicial, ha colapsado o se ha transformado al agotar sus ideas fundamentales. El

sistema actual, basado en el mito de la abundancia infinita y la extracción perpetua, ha

agotado no solo sus recursos naturales, sino también su legitimidad moral al generar una

crisis social e ambiental inevitable. El futuro no está predeterminado, sino que se define en

esta encrucijada o abrazamos la inercia del colapso progresivo hacia una sociedad más

desigual y distópica, o elegimos conscientemente el camino de la transformación radical

hacia un modelo de suficiencia. La esperanza reside en la capacidad de la sociedad para

reemplazar la ética de la acumulación por la ética del cuidado mutuo y del planeta, antes de

que el peso de nuestra propia historia nos fuerce a hacerlo.


Referencias


Club de Roma (1972). Los límites del crecimiento.


El Blog Salmón (2017). Siete razones por las que el PIB no es útil para medir el bienestar.


Iberdrola (2023). Blockchain 4 Cities: la Gestión Urbana del futuro.


Paech, N. (2019). Economía del post-crecimiento. ROSA una revista de izquierda.


Panorama Económico (2021). Finanzas y desigualdad, una mirada exploratoria desde la

perspectiva de la financiarización.


Zuboff, S. (2020). La era del capitalismo de vigilancia.

Del capitalismo industrial al capitalismo digital

Yoiner santacruz

Siempre me he sorprendido cómo la historia económica mundial parece seguir patrones

cíclicos. Al analizar el cambio del capitalismo industrial del siglo XIX al actual capitalismo

digital, observo que, aunque las herramientas y los contextos cambian, las dinámicas de poder, la

desigualdad y el control social parecen persistir. En este ensayo, deseo reflexionar sobre nuestra

evolución desde los “Gigantes de la industria”, como Rockefeller, Carnegie o Ford, hasta los

grandes actores tecnológicos, como Amazon, Google o Meta, y cómo el documental The Social

Dilemma (Orlowski, 2020) muestra que las nuevas estrategias de acumulación de capital digital

están reproduciendo antiguas desigualdades bajo nuevas apariencias. Mi intención es evidenciar

que, a pesar de que el capitalismo digital promete libertad y conexión, en su esencia continúa

creando un sistema de dependencia, vigilancia y poder concentrado.

Durante la Segunda Revolución Industrial, EEUU emergió como una potencia económica

debido a industrias como la del acero, el petróleo y el ferrocarril. Figuras emprendedoras como

Andrew Carnegie y John D. Rockefeller se convirtieron en sinónimos del ilimitado poder del

capital privado. El documental “Gigantes de la Industria” (History Channel, 2012) ilustra cómo

estos individuos construyeron vastos imperios aprovechando la falta de regulaciones

gubernamentales y la implementación agresiva de innovaciones tecnológicas. Si bien su talento

empresarial fue impresionante, también dieron lugar a marcadas desigualdades sociales: mientras

un pequeño grupo acumulaba riquezas extraordinarias, millones de trabajadores enfrentaban

condiciones de vida adversas. Esta paradoja entre el avance y la inequidad caracterizó la esencia

del capitalismo industrial.


Al observar el presente, noto un panorama similar, aunque con herramientas renovadas.

En lugar de fábricas y trenes, las fuerzas motrices del siglo XXI son los algoritmos, los datos y la

inteligencia artificial. Corporaciones como Amazon, Google y Meta no controlan materiales

como el acero o el petróleo, sino algo aún más valioso: la información. En “The Social

Dilemma” (2020) se evidencia cómo estas empresas explotan nuestras emociones,

comportamientos y necesidades para transformar la atención humana en un bien comercial. En

este esquema económico actual, el verdadero producto no es un bien físico, sino nosotros

mismos.

A pesar de que la tecnología ha permitido un acceso más democrático a la información, el

capitalismo digital ha introducido nuevas formas de desigualdad. Harari, en su libro “De

animales a dioses” (2014), señala que la humanidad ha transitado de ser dueña del mundo a

convertirse en una especie dominada por sus propias creaciones tecnológicas. En este sentido, los

algoritmos han tomado el rol de las máquinas de vapor de la época actual: fuerzas invisibles que

concentran el poder económico en un reducido grupo. Las grandes empresas tecnológicas

acumulan datos de miles de millones de personas, influyendo en nuestras decisiones de consumo

e incluso en nuestra ideología política. Esto me lleva a cuestionar si la autonomía digital

prometida es realmente una libertad auténtica o más bien una libertad bajo vigilancia.

Asimismo, las condiciones laborales reflejan ecos del pasado. Al igual que los

trabajadores del siglo XIX que enfrentaban largas jornadas en fábricas, en la actualidad, millones

de profesionales digitales —como repartidores, programadores o moderadores de contenido—

operan en situaciones precarias y invisibles. Todo esto me lleva a sostener que, en lugar de

experimentar un cambio de era, estamos presenciando la continuidad de un sistema con una

fachada renovada: el capitalismo 4. 0.


Sin embargo, no todo es desalentador. En este contexto también surgen voces críticas y

movimientos sociales que exigen regulaciones, ética en la tecnología y justicia digital. Los

mismos debates que en el pasado abordaban el sindicalismo y los derechos laborales hoy se han

transformado en diálogos sobre privacidad, protección de datos y soberanía tecnológica. Creo

firmemente que esta conciencia social podría ser clave para evitar repetir las fallas del pasado y

forjar un futuro más justo.

Al examinar esta transformación, he llegado a la disposición de que el capitalismo digital

representa una continuación más refinada de lo que hemos tenido anteriormente, en lugar de una

separación total de lo antiguo. Los actuales gigantes tecnológicos son, indudablemente,

sucesores directos de los industriales del pasado: ambos poseen y controlan los recursos

esenciales de su época, impactando nuestras vidas y acumulando un poder significativo en manos

de unos pocos. No obstante, también tengo la convicción de que esta nueva fase nos brinda una

valiosa oportunidad: si somos capaces de extraer las enseñanzas de la historia, podemos emplear

la tecnología como una herramienta para la colaboración, en vez de para la opresión.


Harari (2014) señala que el auténtico reto de este siglo no radica en crear nuevas

tecnologías, sino en cultivar una nueva forma de humanidad que sepa coexistir con ellas. Tal vez

el porvenir no dependa únicamente del progreso digital, sino de nuestra habilidad para recordar

lo aprendido en el pasado y optar por un camino más equitativo.


REFERENCIAS

 Harari, Y. N. (2014). De animales a dioses: una breve historia de la humanidad. Debate.


 History Channel. (2012). Gigantes de la Industria [Serie documental]. History Channel.

 Orlowski, J. (Director). (2020). The Social Dilemma [Documental]. Exposure Labs / Netflix.

 https://www.flacso.ac.cr/es/publicaciones/libros/231-miradas-sobre-la-desigualdad-el-riesgo-

y-la-resiliencia-en-tres-ciudades-de-america-latina

 https://www.bbc.com/mundo/noticias-54385775

NUESTRO PRESENTE CON UNA MIRADA HACIA EL FUTURO

 Marly Estefani Rivera Vallejo


Hoy en día, estamos viviendo un cambio muy grande en la forma en que funciona

la economía. Cada vez más cosas se hacen por internet, desde comprar hasta

trabajar, y eso está transformando cómo vivimos y cómo pensamos sobre el

dinero y el trabajo. Este cambio no solo afecta a las empresas, sino también a las

personas, especialmente a los jóvenes, que tienen el reto de aprender nuevas

formas de manejar la economía y enseñar a otros a adaptarse. En este ensayo

quiero hablar sobre cómo la economía está cambiando hacia lo digital, qué

desafíos tenemos como nueva generación, y cómo está cambiando la manera en

la que miramos el futuro.


La economía digital es aquella que se mueve principalmente por internet y con

ayuda de la tecnología. Hoy en día, muchas empresas venden sus productos en

línea, usan redes sociales para promocionar, y trabajan con datos para tomar

decisiones. Plataformas como Amazon, Uber o Mercado Libre son ejemplos de

cómo la tecnología ha cambiado la forma de comprar, vender y trabajar. Según el

Banco Mundial (Estudyando, s.f.) esta nueva economía representa entre el 15 % y

el 30 % del dinero que se mueve en el mundo. Aunque esto trae muchas ventajas,

como más rapidez y nuevas oportunidades de empleo, también tiene sus

problemas: hay personas que no tienen acceso a internet, trabajos que

desaparecen por culpa de las máquinas, y empresas muy grandes que controlan

gran parte del mercado.


Para nosotros como jóvenes, este cambio representa un reto importante. Ya no

basta con saber usar una calculadora o hacer cuentas básicas. Ahora es

necesario entender cómo funcionan las aplicaciones, cómo se usan los datos, y

cómo crear ideas nuevas que se adapten a este mundo digital. Además, es

importante que los jóvenes no solo aprendan, sino que también enseñen a otros,

como sus padres o abuelos, que quizás no crecieron con esta tecnología. La

educación económica debe incluir temas como el uso responsable de la

tecnología, el cuidado del medio ambiente, y la importancia de compartir el

conocimiento. Como señala Ener2Crowd (2022), la transformación digital no solo

es tecnológica, sino también cultural, y requiere que las personas cambien su

forma de pensar y actuar. Los jóvenes tenemos la oportunidad de liderar este

cambio, de proponer nuevas formas de trabajar y de pensar en una economía más

justa y solidaria.


Este cambio también está afectando la forma en que pensamos sobre el dinero y

el éxito. Antes, se creía que tener muchas cosas o ganar mucho dinero era lo más

importante. Pero ahora, con la economía digital, están surgiendo nuevas ideas.

Por ejemplo, hay personas que prefieren compartir en vez de comprar, como

ocurre con los carros compartidos o las casas en alquiler por plataformas.

También se valora más el conocimiento, la creatividad y el trabajo en equipo.

Modelos como la economía circular, que busca reutilizar y reciclar, o el ingreso

básico universal, que propone dar un apoyo económico a todos, muestran que

estamos empezando a pensar diferente. Según El Economista (2023), el

crecimiento económico en la era digital debe ir acompañado de una visión más

humana y sostenible. La economía del futuro puede ser más consciente, si

logramos combinar la tecnología con valores como la solidaridad, el respeto y el

cuidado del planeta.


La economía está cambiando rápidamente, y cada vez se vuelve más digital. Este

cambio trae muchas oportunidades, pero también exige que estemos preparados

para aprender cosas nuevas y enseñar a otros. Las nuevas generaciones tienen

un papel muy importante: no solo deben adaptarse, sino también ayudar a

construir una economía más justa, más consciente y más conectada con las

necesidades de las personas. Si logramos cambiar nuestra forma de pensar y

actuar, podemos crear un futuro donde la tecnología no solo sirva para ganar

dinero, sino también para mejorar la vida de todos. No olvidemos que el cambio

depende de nosotros las nuevas generaciones que somos el futuro.


Referencias:

El Economista. (2023). El crecimiento económico en la era digital.

https://eleconomista.com.ar/tech/el-crecimiento-economico-era-digital-n77605


Ener2Crowd. (2022). Transformación digital y su impacto en la economía.

https://blog.ener2crowd.com/es/transformacion-digital-y-su-impacto-la-economia/


Estudyando. (s.f.). Economía digital: transformación tecnológica y sus impactos

económicos. https://estudyando.com/economia-digital-transformacion-tecnologica-

y-sus-impactos-economicos/

Homo economicus: la razón que mueve la historia y la economía

 AMY NATHALY REYES TRIANA


A lo largo de la historia, el ser humano se ha definido por múltiples características

que lo distinguen del resto de los seres vivos: su capacidad racional, su sentido

ético, su lenguaje, su cultura y su naturaleza social. Sin embargo, detrás de todas

estas cualidades hay un rasgo que ha guiado la evolución de la humanidad y ha

determinado la manera en que organiza su existencia: su condición de ser

económico. Desde los primeros intercambios de bienes en comunidades primitivas

hasta los mercados globales del siglo XXI, el hombre ha buscado satisfacer sus

necesidades y alcanzar el bienestar mediante el cálculo racional de sus acciones y

la administración de los recursos disponibles.

El presente ensayo propone una reflexión crítica sobre esta condición económica

del ser humano y su papel como fuerza impulsora de la historia. A partir de una

revisión de los principales modelos económicos, se busca comprender cómo el

homo economicus ha orientado el rumbo de las sociedades y cómo este concepto

se resignifica hoy ante la irrupción de la inteligencia artificial, que redefine el trabajo,

la producción y el papel del ser humano en la economía global.

Según Gómez (2025) el ser humano es un ser racional, ético, lingüístico, cultural,

social, todas estas características y muchas más lo logran diferenciar de otros

animales, que pueden mostrar trazos de cada característica, pero no de la manera

combinada, evolutiva e integral que un ser humano, diremos entonces por objeto de

este ensayo que aquella característica que le da propósito a todos las demás

características, la más importante de todas, es su característica como ser

económico, pensado desde la antigüedad por figuras como Aristóteles, referido por

primera vez por el padre de la economía Adam Smith, pero plasmado por primera

vez en el siglo XIX por John Stuart Mill, este término nos dirá que el hombre busca

su satisfacción de manera natural tras evaluar los posibles costes y beneficios de

una actuación, para esto el ser humano utiliza su capacidad de ser racional

(Martínez-Casasola, 2020). Esa necesidad natural de maximizar los beneficios es el

impulso de la historia, lo que ha llevado al ser humano desde la comunidad

primitiva, caracterizada según Gayubas, por basarse en la subsistencia, ejerciendo

diversas formas de cooperación entre individuos, producir para vivir y no para

acumular, hasta el actual capitalismo, el modelo imperante en Occidente, vemos la

característica del homo economicus de maximizar los beneficios en todo su

esplendor en esta descripción del capitalismo “La sociedad entera funciona,

entonces, buscando obtener un beneficio, esto es, un ingreso económico mayor a

los egresos, que permita un excedente de capital (con el cual consumir, invertir o

ahorrar.” (Etecé, 2025.) vemos que, en ambos modelos, a pesar de tener una

diferencia temporal de más de 10.000 años, podemos notar que en ambos el ser

humano, acorde a su entorno y sus herramientas, utiliza su razón para maximizar

los beneficios, aunque lo hagan por motivos distintos, lo que prueba nuestro primer

punto.

Esta característica inherente nos ha impulsado a modelos económicos diseñados

para privilegiar y mantener en el poder a las clases que lograron situarse arriba,

como el feudalismo de la edad oscura, con la opresión económica justificada con la

religión, o la mayor prueba, el previo esclavismo, un sistema cuya mayor

característica es la coerción, la explotación y la privación de los derechos y

libertades de los esclavos, estos dos ejemplos vistos desde el término del hombre

económico pueden terminar siendo justificados como medios para “evitar los costes

y maximizar los beneficios” la duda es, ¿para quién se lleva a cabo esta labor? En

modelos como la comunidad primitiva puede que no se le diera más valor a un ser

humano respecto a otro según su acumulación, porque la acumulación nunca fue el

propósito en la época, pero de ahí en adelante, no podemos decir que el homo

economicus se utilice para el beneficio social, sino meramente para el privado, aquí

entra el punto clave, teniendo en cuenta esta condición que venimos llamando

natural, al punto de convertirse en una tendencia que se repite a lo largo de la

historia una y otra vez pero en diferentes formas, ¿cómo reflexionamos sobre hacia

dónde apunta el futuro del sistema económico y la sociedad? Para responder esta

pregunta quiero abarcar dos puntos, el homo economicus y la inminente intromisión

de la inteligencia artificial en todos los aspectos de la vida del ser humano, llegando

a la economía mundial, a través de aspectos como una reconfiguración del trabajo,

con el reemplazo de las personas por las máquinas, “casi un 40% del empleo

mundial está expuesto a la IA. Históricamente, la automatización y la tecnología de

la información han tendido a afectar las tareas rutinarias, pero una de las

características que diferencia a la IA es su incidencia en trabajos de alta

cualificación.” (Furman & Georgieva, 2024). Esta es solo una de las afectaciones

que estamos viviendo actualmente, lo que nos lleva a cuestionar si el modelo actual,

basado en la búsqueda constante de rentabilidad y eficiencia, podrá sostener la

centralidad del ser humano dentro de la economía. Si la historia ha demostrado que

el homo economicus utiliza su razón y creatividad para maximizar los beneficios,

hoy nos enfrentamos al riesgo de que esa capacidad sea transferida e incluso

superada por sistemas artificiales que aprenden y deciden con mayor velocidad. Sin

embargo, la verdadera diferencia radica en que, a pesar de todos los avances

tecnológicos, el ser humano sigue siendo un ser ético y social, capaz de dotar de

sentido moral a sus acciones económicas, algo que las máquinas aún no pueden

hacer.

En este punto, la característica de ser económico debería evolucionar hacia una

forma más consciente y sostenible. Si en el pasado la economía fue motor de

dominación o desigualdad, en el presente debe orientarse hacia el bien común,

integrando valores éticos, culturales y ambientales. El reto no está en detener el

progreso, sino en redefinir el propósito del progreso: que la búsqueda de beneficios

no signifique excluir, sino incluir; no destruir, sino regenerar.

Así, el hombre económico del siglo XXI debe transformarse en un hombre que

coopera, un hombre ético, un ser que reconozca que su bienestar depende del de

los otros y del equilibrio del planeta. La inteligencia artificial y las nuevas tecnologías

pueden ser aliadas en este proceso si se ponen al servicio del desarrollo humano

integral, no de la mera acumulación de capital.

En conclusión, la historia económica demuestra que nuestra naturaleza de seres

racionales y económicos ha impulsado el avance de la civilización, pero también sus

desigualdades. Hoy, ante la revolución tecnológica, tenemos la oportunidad de

redefinir lo económico desde lo humano: usar nuestra racionalidad, ética, lenguaje y

cultura para construir un sistema donde el progreso no se mida solo en términos de

productividad, sino también en dignidad, justicia y sostenibilidad. Esa será, quizá, la

mayor evolución del ser económico: pasar de la maximización del beneficio

individual a la optimización del bienestar colectivo.


REFERENCIAS:

Gómez, María Inés (19 de julio de 2025). Ser humano. Enciclopedia Concepto. Recuperado

el 5 de noviembre de 2025 de https://concepto.de/ser-humano/.


Luis Martínez-Casasola Hernández. (2020, diciembre 2). Homo economicus: qué es y cómo

explica el comportamiento humano. Portal Psicología y Mente.

https://psicologiaymente.com/cultura/homo-economicus


Gayubas, Augusto (1 de agosto de 2025). Comunidad primitiva. Enciclopedia Concepto.

Recuperado el 5 de noviembre de 2025 de https://concepto.de/comunidad-

primitiva/.


Equipo editorial, Etecé (11 de octubre de 2025). Capitalismo. Enciclopedia Concepto.

Recuperado el 6 de noviembre de 2025 de https://concepto.de/capitalismo/.


Furman, J., & Georgieva, K. (2024, enero 14). La inteligencia artificial transformará la

economía mundial: asegurémonos de que beneficie a la humanidad. Fondo


Monetario Internacional (FMI). https://www.imf.org/es/Blogs/Articles/2024/01/14/ai-

will-transform-the-global-economy-lets-make-sure-it-benefits-humanity

La economía del algoritmo

 Juan Pablo Reyes Agredo


A veces siento que el mundo se mueve sin que nadie lo toque. No son las manos ni las máquinas

las que sostienen la economía, sino líneas invisibles de código que calculan nuestros deseos. Abro una

aplicación, busco algo, deslizo el dedo, y detrás de ese gesto cotidiano hay una red que traduce mis

emociones en números. Ya no somos consumidores: somos datos que respiran. Todo lo que hacemos

deja un rastro que alguien convierte en predicción. La economía, aquella que antes se medía en fábricas

o cosechas, hoy respira en los servidores y en los algoritmos que nos observan.

Hoy, vivimos en la era donde el valor no está en el oro, ni en la tierra, ni siquiera en el trabajo

físico, sino en la información. Alvin Toffler, en La tercera ola, lo había anticipado hace más de cuatro

décadas al afirmar que “el conocimiento se ha convertido en la fuente central del poder y la riqueza”

(Toffler, 1980, p. 21). Cada clic es una transacción silenciosa, cada búsqueda una confesión involuntaria.

Los algoritmos, como nuevos oráculos del siglo XXI, predicen lo que queremos antes de que lo sepamos.

Y lo hacen con una precisión inquietante.

Yuval Noah Harari, en su obra Homo Deus: Breve historia del mañana, advierte que “los

algoritmos conocerán mejor a los humanos que los propios humanos” (Harari, 2016, p. 379). Esa

conciencia ajena esa inteligencia que no siente, pero que decide ha convertido los datos en el recurso

más valioso del planeta. Vivimos dentro de una red que no solo registra lo que hacemos, sino que

anticipa lo que haremos.

A veces me descubro dentro de esa maquinaria invisible. Siento que mis elecciones no son del

todo mías, que mis gustos se van ajustando a lo que las plataformas me devuelven como reflejo. No sé si

el algoritmo me conoce o me fabrica. Lo cierto es que me he acostumbrado a su compañía: me

recomienda qué escuchar, qué leer, a quién amar, en qué creer. En silencio, organiza mi vida con una

cortesía inquietante. Shoshana Zuboff, en La era del capitalismo de vigilancia, explica que “el

capitalismo de vigilancia afirma un poder sin precedentes sobre la sociedad al transformar la experiencia

humana en materia prima para la producción de datos de comportamiento” (Zuboff, 2019, p. 15). Somos

parte de un sistema que ya no solo produce mercancías, sino también conductas.

Este nuevo orden económico parece ofrecernos libertad, pero su esencia es el control. Mientras

más personalizados son los servicios, más predecibles nos volvemos. Hemos cambiado la fábrica por la

pantalla, la jornada laboral por la conexión permanente, la rutina por la notificación. Y aunque nos digan

que somos libres, el algoritmo ya tomó nota. La economía actual no se basa solo en la oferta y la

demanda, sino en la capacidad de moldear lo que deseamos. Hemos pasado del trabajo físico al

emocional, de la producción al procesamiento, del cuerpo al dato.

Sin embargo, no todo está perdido. Tal vez aún podamos encontrar humanidad en medio del

código, una economía que use la tecnología sin despojarla de sentido. Me gusta pensar que los

algoritmos pueden volverse herramientas del cuidado y no del control, de la cooperación y no de la

vigilancia. Pero para eso, primero debemos recordar lo que somos: más que datos, más que perfiles,

más que consumidores predecibles. Somos la única variable que todavía puede desbordar la fórmula. Y

quizás ahí, en esa imprevisibilidad que las máquinas no pueden calcular, siga latiendo la esperanza de un

nuevo sistema económico verdaderamente humano.

Referencias

Harari, Y. N. (2016). Homo Deus: Breve historia del mañana. Debate.

Toffler, A. (1980). La tercera ola (Adolfo Martín, Trad.). Barcelona: Plaza & Janés.

Zuboff, S. (2019). La era del capitalismo de vigilancia. Barcelona: Paidós.