miércoles, 11 de marzo de 2015

Decrecimiento sostenible


Andrea Domínguez Muñoz

Durante un gran periodo de tiempo la economía ha permanecido acantonada y constreñida al principio neoclásico de equilibrio y a los modelos matemáticos que lo respaldan, el cual plantea que el sistema de producción trabaja en función de los recursos (la tierra), el trabajo y el capital. Esta misma rigidez técnica y matemática que, impulsada por la primera máquina de vapor transición de la manufactura (primera ola) a la industria (segunda ola) exigió el desarrollo de la teoría económica, también ha intervenido directamente en el extenso e intrincado proceso de desarrollo de un cuerpo teórico físico que ha establecido conceptos como energía, calor, trabajo, entropía y equilibrio termodinámico. Así, tras varias décadas posteriores a las importantes contribuciones de Sadi Carnot, Rudolf Clausius y otros muchos hombres de ciencia en materia específica de termodinámica y en realidad, bastante cerca a nuestra actualidad, llega a destacarse la propuesta de Nicholas Georgescu-Roegen, un matemático y economista que vincula leyes de la termodinámica con la teoría económica para señalar fallos en la teoría económica convencional y para proponer un modelo alternativo al que opera hoy día y que nos ha acarreado la crisis ecológico-social de la que estamos siendo víctimas.

La obra de Georgescu-Roegen ha inspirado una corriente de pensamiento que suele recibir el nombre de economía ecológica, cuya principal crítica es hacia la marcada despreocupación e incluso indiferencia ante el estado del sustrato biofísico sobre el que se sostienen las economías industriales. Las leyes de la termodinámica constituyen en este punto nociones biofísicas fundamentales para la comprensión de la economía moderna y para la búsqueda de la consecución de sostenibilidad. Aunque la formulación real de estas leyes es mucho más compleja e implica vasta extensión, podemos identificar la primera ley de la termodinámica con el principio de conservación de la energía: “La energía-materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”. Si nos basáramos solamente en dicha premisa podríamos pensar que la utilización de la energía-materia no disminuye la cantidad de energía-materia que queda disponible para usarse nuevamente, pero, es aquí cuando se muestra que la economía debe respetar también la segunda ley de la termodinámica o ley de la entropía, según la cual, a grosso modo, siempre que se usa energía-materia, la cantidad de energía-materia que queda en el sistema, se reduce. Entonces, se puede decir que el sistema económico actual, basado en un modelo de crecimiento continuo, es altamente entrópico, es decir, diezma a gran velocidad los recursos naturales y energéticos del planeta con el propósito de convertirlos en bienes y servicios. En cada paso del proceso se producen residuos y se consume energía. La cantidad de materia prima es igual a la cantidad de residuos generados más los productos que se convertirán en residuos eventualmente, pero esas dos cantidades son cualitativamente diferentes. La diferencia se mide en términos de entropía.

Tomando consciencia de esta problemática y tras la consolidación del concepto de desarrollo sostenible, muchos economistas como José Manuel Naredo y Manfred Max-Neef han incorporado y promovido un modelo de criterio de “ahorro termodinámico” que, en esencia, busca mejorar el reciclaje, alargar la vida útil de los bienes y mejorar la eficiencia termodinámica del proceso productivo. Todo ello implicaría una drástica modificación en las técnicas de producción y en los hábitos de consumo, por lo cual es totalmente dependiente del nivel de compromiso de los actores de la sociedad, tanto de productores que deben restar prioridad al aspecto monetario por sobre la devastación ambiental como de consumidores que deben dejar de asociar mayor calidad de vida y bienestar con incremento en el consumo. Pero, especialmente, debido a la incompatibilidad física entre estas políticas de ahorro y el modelo de crecimiento continuo, se debería bregar por implementar un modelo decreciente en la planificación económica: una forma gradual, controlada y asimétrica de disminuir la producción económica. Asimétrica en el sentido de que el decrecimiento debe ir destinado hacia los sectores productivos más consumidores y generadores de residuos y a mayor escala deber ir dirigido hacia los países más industrializados que desde la emersión de la segunda ola se han enriquecido, en gran parte, a costa de los recursos de países “subdesarrollados”. La construcción de un nuevo paradigma económico de tales condiciones significa el establecimiento de nuevos cimientos políticos, técnicos y filosóficos que deben ser lo más sólidos posibles. Pero la idea central no es simplemente consumir menos, si no de mejor manera y en equilibrio con la naturaleza.

Es perfectamente entendible que ésta se trata de una postura que puede diferir de muchas opiniones provenientes de personas que de igual forma son miembros activos del sistema económico, sin embargo, no deja de perfilarse como una alternativa singular frente a un modelo que no está en capacidad de proporcionar solución a los problemas más urgentes que aquejan al mundo. No está de más mencionar que el aumento de consumo material no tiene por qué significar calidad de vida, ésta está ligada directa e incuestionablemente a la satisfacción de las necesidades humanas básicas.


Como lo han expuesto ya multiplicidad de economistas, desarrollo no precisa necesariamente crecimiento, incluso son términos que pueden suponer una especie de contradicción. En este punto de la historia parece más viable hablar de decrecimiento sostenible como vía de transición hacia la nueva civilización subsiguiente a la tercera ola de cambio.

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