En tiempos de crisis económica una de
las expresiones que más se menciona es la de austeridad. Los agentes económicos
se concentran en intentar manejar los recursos monetarios de manera más
prudente. Sucede
que a un país en estado de
recesión se le caen los ingresos tributarios y en esta vía crece el déficit
fiscal. Una solución apresurada es imponer subidas impositivas y especialmente,
minimizar el gasto público intentando producir un superávit fiscal para evitar
la catástrofe, interpretada como un incremento cada vez mayor en la deuda
pública. La ilusión es que esa austeridad fiscal posibilite a la nación volver
al ritmo de crecimiento económico. Los efectos que generan dichas políticas
fiscales contraccionistas en la economía, es decir la forma en que la actividad
económica se ve afectada por ellas, se mide a través de lo que se llama
multiplicador fiscal.
Hemos podido ver que
una de las organizaciones más importantes en materia de Economía y que ha sido
una de las principales defensoras e impulsoras de la austeridad, el Fondo
Monetario Internacional, ha tenido que admitir el error en sus pronósticos,
pues los multiplicadores fiscales han sido mucho más altos que aquellos
considerados en los estudios previos, y es evidente que las políticas de
austeridad fiscal aplicadas en países europeos no sólo no han cumplido con sus
objetivos si no que el recorte generalmente orientado a servicios públicos como
educación, sanidad y seguridad continúa cobrándose un elevado coste social.
Por otro lado, en teoría la visión
Keynesiana de las recesiones económicas recomienda políticas fiscales y
monetarias expansionistas, es decir aumentar el gasto público y bajar las tasas
de interés para acelerar el crecimiento, es el caso de países como Estados
Unidos o Japón que en los últimos años optaron por implementar políticas
fiscales de estímulo o expansionistas para hacer frente al déficit público y
parecen haber tenido mejores resultados que aquellos que han limitado demasiado
su gasto público con la consolidación fiscal.
Si bien hay economistas como Olivier
Blanchard y Daniel Leigh, miembros del FMI, que, aún después de los resultados,
se oponen a ver la práctica de austeridad fiscal como indeseable, hay otros
como Paul Krugman, premio Nobel de Economía, que recomiendan replantearse
totalmente el manejo que se le ha dado a la política fiscal. Lo importante en
este punto es entender que no pueden aplicarse medidas generalizadas en casos
de crisis, los efectos estabilizadores de las políticas fiscales, ya sean de
estímulo o de ajuste, deben valorarse con gran meticulosidad, con un análisis
costo/beneficio para cada país en función del instrumento fiscal empleado y las
características del estímulo o consolidación: duración del cambio fiscal,
aplicación simultánea de otras medidas de política económica, entre otras.
Aunque no sea una tarea fácil por la difícil situación de la economía, por la
proliferación de los problemas y todas las presiones, el análisis antes de
recomendar cualquier ajuste, debe considerar los distintos efectos sobre el
crecimiento, sobre la reducción del déficit y de la deuda pública, sobre el
bienestar de la ciudadanía, sobre la distribución de los ingresos, sobre las
tasas de desempleo y pobreza, etcétera.
Y en el periodo de tiempo mientras se
combate un estado de recesión, desde luego hay lugar para la austeridad a nivel
microeconómico, sería ideal que la crisis aunada a la responsabilidad y la
consciencia ambiental potencie los nuevos ecosistemas de valor ya incipientes
en los que prácticas austeras de acceso compartido y la preocupación ecológica
dan lugar a la figura de prosumidor. Es tema lo suficiente complejo para un
próximo texto paralelo, pero cabe decir que posiblemente este movimiento
estaría en capacidad de desarrollar un nuevo modelo económico y social que
invierta en las personas, que fortalezca las instituciones democráticas y
desarrolle el sistema fiscal justo y progresivo que tanto se necesita.
Andrea Domínguez Muñoz
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