JULIAN
GIOVANNI ALVAREZ P.
Seguramente todos sabemos en qué consiste la inflación: es
el incremento de los precios de los productos en un periodo de tiempo
determinado (normalmente un año) y suele venir representada por el valor del
IPC (índice de precios al consumo). Pero, ¿por qué los precios no paran de subir?
¿Cómo afecta esto a nuestra economía doméstica? ¿Qué podemos hacer para no
salir demasiado perjudicados?
En primer lugar, vamos a ver cuáles son los factores que
provocan la inflación. Aunque existen diferentes teorías económicas al
respecto, las principales causas que producen el incremento continuado de los
precios son las siguientes:
El aumento de la masa monetaria. Esta es la causa
principal. Cuando la autoridad monetaria de un país (normalmente el banco
central) emite más dinero, éste llega de una u otra forma a ciertos sectores de
la población y suele producirse un aumento en la demanda de productos. Si la
oferta de estos productos no se incrementa en la misma proporción, esto
provocará un aumento de los precios. En definitiva, es el funcionamiento de la
ley de la oferta y la demanda.
El incremento de la demanda. Aunque los bancos centrales no
inyecten más dinero en el sistema, puede que por otras razones se incremente la
demanda de ciertos productos, provocando por tanto inflación por las mismas
razones expuestas en el punto anterior.
El incremento de los costos de producción. Cuando se
produce un encarecimiento de los costos de fabricación de los productos
(aumento del precio de las materias primas, del petróleo, de la mano de obra,
etc.) normalmente esto conlleva un aumento del precio final de los productos.
Las negociaciones salariales. Normalmente cada año se
negocian aumentos de salario más o menos proporcionales a la inflación, para
compensar el efecto de ésta. Esto supone un mayor costo de producción para las
empresas, que a su vez se traduce en un aumento de los precios de sus
productos, con lo que se produce más inflación.
Según algunos razonamientos económicos más profundos y más
o menos discutibles, lo ideal para la economía de un país es que la inflación
se mantenga siempre positiva y en valores pequeños (alrededor del 3 %), siendo
éste uno de los principales objetivos de las políticas monetarias. Por tanto,
nos guste o no, la inflación es algo con lo que tenemos que convivir. A la inflación
negativa (bajada generalizada de los precios), se la denomina deflación.
Ahora bien, ¿cómo afecta la inflación a nuestro bolsillo?
Pues no muy bien, la verdad, ya que supone una reducción continua de nuestro
poder adquisitivo. Si nuestros ingresos no se ven incrementados, cada vez
podremos adquirir menos bienes y servicios con nuestro dinero. Esto afecta lógicamente
de forma negativa en nuestra capacidad de ahorro y en nuestra calidad de vida.
Si solamente contamos con nuestro salario como fuente de ingresos, éste debería
incrementarse cada año al menos en la misma proporción que el IPC (índice de
precios al consumo) o, de lo contrario, significaría un empeoramiento de
nuestra capacidad económica. En este sentido, cuando oímos hablar de una
congelación de sueldos, en la práctica debemos interpretarlo como una bajada de
sueldos.
En segundo lugar, nuestros ahorros también se ven
perjudicados ya que, si no los invertimos, irán perdiendo valor con el paso del
tiempo. Incluso aunque los tengamos invertidos, tendremos que asegurarnos de
que los beneficios que nos aportan sean superiores a la pérdida de valor por
efecto de la inflación.
¿Significa todo esto que, como el dinero está perdiendo
valor continuamente, no merece la pena ahorrar y es mejor gastárselo todo para
disfrutarlo? Pues no, a no ser que nos seduzca la posibilidad de acabar
viviendo debajo de un puente o pidiendo ayuda para sobrevivir. Lo que significa
es que, para que nuestra situación no empeore, no nos queda más remedio que
ocuparnos de que nuestros ingresos estén continuamente incrementándose para
compensar el efecto de la inflación. Si dependemos únicamente de un salario o
una pensión, a veces esto no está en nuestras manos, por lo que es aconsejable
recurrir al ahorro y a la inversión. Para que ésta sea efectiva, es útil que
conozcamos el interés real que nos va a proporcionar o que nos ocupemos de
adquirir activos que pensemos que no van a perder valor, como algunos bienes
inmobiliarios. Si somos más atrevidos, podemos incluso realizar alguna
inversión con apalancamiento (reducir costos fijos para aumentar ganancias),
aunque siempre con prudencia y sentido común.
REFERENCIAS.
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