En la ciudad de Nueva York habitan ochocientos sesenta
mil hombres que rondan entre los veinte y treinta y cuatro años, y novecientos
diez mil mujeres que rondan la misma franja de edad (1). Por otro
lado, tenemos que en el mismo país, existe una mayor conglomeración de hombres
en estados rurales tales como Alaska, Utah y Colorado. Sentado esto, la
economista Lena Edlund(2) establece una posible y probable razón
para estas diferencias poblacionales que comienza desde la misma evolución
histórica humana, en donde en un comienzo, por motivos de supervivencia
generacional, los individuos buscaban una pareja basados en la buena salud y un
apto estado físico, por lo que parejas femeninas buscaban parejas masculinas fuertes,
para asegurar una buena dotación genética que garantizara en buena parte la
supervivencia de la descendencia futura, y de la misma forma, parejas
masculinas buscaban un estado de salubridad óptimo para cerciorarse de que el
parto sería llevado a cabo sin mayores complicaciones, y que, igualmente su
descendencia perduraría.
Antes de pasar a puntos posteriores, quiero mencionar,
un interesante fenómeno psicológico de racionalidad económica; las hembras (no
solo humanas), por lo general tienen un papel mucho más prolongado en la
reproducción de su clase, éste, en el caso humano es de aproximadamente nueve
meses, por el contrario, los machos (no solo humanos) juegan un papel
claramente más corto en el mismo proceso reproductivo. Esto puede resumirse en
una serie de costos, compromisos y riesgos mayores para la hembra, siendo esta
la misma razón por la que económicamente se puede explicar la disposición
corriente de los machos a tener sexo, contrastada con la premeditación más
extensa de las hembras. Está fortaleza y seguridad, a lo largo de la historia
ha mutado a un factor específico, este es la capacidad económica por individuo.
Otra implicación de la teoría económica de Lena Edlund
es la de que, al existir menor población masculina en las grandes ciudades, sea
la población femenina la que ocupe con mayor frecuencia los trabajos no
cualificados, (trabajos que bien podrían ser desarrollados por mujeres u
hombres, con indiferentes resultados).
Lena Edlund también establece que entre más altos sean
los ingresos monetarios de la población masculina, más alta será la oferta de
mujeres solteras en la misma zona(3), esto puede interpretarse de
modo que, la población femenina de forma consciente o no, parece haber elegido
competir por un número escaso de hombres adinerados, en vez de mudarse a zonas
donde la oferta de hombres es mayor, pero con ingresos más bajos, lo que se traduce en la
preferencia por una escasez de buena oferta que por una abundancia de una mala
oferta. Este mismo fenómeno explica mayor existencia de población femenina en
comparación a la masculina en las grandes ciudades, ciudades en donde habitan
individuos con grandes montos de capital, e igualmente puede aclarar la presencia
mayoritaria de hombres en áreas rurales.
Por otro lado, se ha encontrado que las personas
tienden a contraer matrimonio con otros individuos de la misma raza, edad
similar y zonas geográficas semejantes (4), por lo tanto la ausencia
o desequilibrio del mercado matrimonial genera dificultades al género predominante
en número, pues tendrá que optar por opciones alternas en el momento de encontrar
pareja.
A continuación traigo a colación, y como prueba de la
permeabilidad de la racionalidad económica en ámbitos como la elección de
pareja el siguiente fenómeno:
Supongamos que hay un salón, en el que se encuentran nueve
hombres y diez mujeres, todos buscan inexorablemente contraer matrimonio,
teniendo en cuenta solo dos únicos factores; Beneficio monetario de mil dólares
para las parejas casadas, e indispensabilidad de que los matrimonios se
realicen entre dos personas del sexo opuesto (esto con el único fin de que el
experimento marche cabalmente). Lo que ocurriría en principio, es que el
beneficio monetario sería acordado en partes iguales, quinientos para el hombre
A y quinientos para la mujer B, y así sucesivamente hasta que casi todos quedaran
emparejados y con el trato de llevarse cada esposo quinientos dólares al
bolsillo. Pero existe un problema, pequeño en cantidad pero gigantesco en
repercusión, éste es la ausencia de un hombre para emparentar a la mujer
sobrante (recordemos que hemos establecido grupos de nueve hombres y diez
mujeres). Lo que conllevaría a que, la mujer sobrante ofreciera un trato a
alguno de los hombres ya emparejados y le propusiera quedarse con tan solo
cuatrocientos dólares, (esto acorde a la racionalidad económica de que es mejor
llevarse un trozo que no llevarse nada), el hombre al que se le ofreciera el
trato, optaría racionalmente quedarse con los seiscientos dólares en lugar de
los quinientos (recordemos que éste es un mercado de bienes homogéneos, es
decir hombres y mujeres, totalmente iguales, condición aplicada para
simplificar el fenómeno, pero que no impide recoger el análisis de
fundamental). Seguidamente la nueva mujer desemparejada ofrecería una oferta
de, por ejemplo, trescientos dólares, aceptando beneficiar al hombre con
setecientos dólares. Nuevamente la todavía más reciente mujer desemparejada,
ofrecería aceptar una cantidad menor, y así la siguiente y la siguiente,
llegando al punto en el que una última mujer ofrecería aceptar el menor
beneficio monetario posible, éste sería por ejemplo, la moneda con menor
denominación existente. Pero de cualquier manera, al finalizar el regateo de
beneficios monetarios aún habría una mujer sin pareja, y todos los hombres
ahora, gozarían de un beneficio de novecientos noventa y nueve dólares (en el
caso de que la menor denominación monetaria posible fuera de un dólar). El
final de éste fenómeno nos conduce a la teoría del precio único, en donde dos
bienes iguales que son presentados simultáneamente, se valoraran en el mismo
precio. (Claramente este fenómeno podría llevarse a cabo con la existencia de
nueve mujeres y diez hombres, en dónde, bajo las mismas condiciones, se
llegaría al mismo resultado).
Con estas evidencias queda sentado, el hecho de que
las decisiones racionales y económicas, no se limitan tan solo a los campos del
trabajo, el salario o la inversión, sino que por el contrario, están presentes
en un nivel mucho más amplio, aun en asuntos que, a primera vista, no se
creerían fuertemente económicos o racionales.
Nota
final: El crédito de todos los análisis fundamentales de los fenómenos
anteriormente expuestos, los datos técnicos, poblacionales y las citas
bibliográficas son para el libro ‘La lógica oculta de la vida’, del autor Tim
Harford, economista y columnista británico, en cuyo libro me he basado para
escribir este texto.
(1)
Encuesta de la comunidad estadounidense, ciudad de
nueva york (2005).
(2)
Lena Edlund, profesora de economía en Columbia
University, Nueva York.
(3)
Afirmaciones soportadas por estudio realizado en Suecia,
cuyos resultados arrojaron que, las zonas en las que los hombres gozaban
ingresos más altos eran las mimas donde habitaban mayor cantidad de mujeres,
especialmente mujeres jóvenes.
(4)
Datos del censo estadounidense recogidos por Kerwin Kofi Charles y Ming Hing Luoh, ‘Male Incarceration, the Marriage Market,
and Female Outcomes’’, documento de trabajo tabla 2.
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