martes, 19 de abril de 2016

La racionalidad económica en la elección de pareja



En la ciudad de Nueva York habitan ochocientos sesenta mil hombres que rondan entre los veinte y treinta y cuatro años, y novecientos diez mil mujeres que rondan la misma franja de edad (1). Por otro lado, tenemos que en el mismo país, existe una mayor conglomeración de hombres en estados rurales tales como Alaska, Utah y Colorado. Sentado esto, la economista Lena Edlund(2) establece una posible y probable razón para estas diferencias poblacionales que comienza desde la misma evolución histórica humana, en donde en un comienzo, por motivos de supervivencia generacional, los individuos buscaban una pareja basados en la buena salud y un apto estado físico, por lo que parejas femeninas buscaban parejas masculinas fuertes, para asegurar una buena dotación genética que garantizara en buena parte la supervivencia de la descendencia futura, y de la misma forma, parejas masculinas buscaban un estado de salubridad óptimo para cerciorarse de que el parto sería llevado a cabo sin mayores complicaciones, y que, igualmente su descendencia perduraría.
Antes de pasar a puntos posteriores, quiero mencionar, un interesante fenómeno psicológico de racionalidad económica; las hembras (no solo humanas), por lo general tienen un papel mucho más prolongado en la reproducción de su clase, éste, en el caso humano es de aproximadamente nueve meses, por el contrario, los machos (no solo humanos) juegan un papel claramente más corto en el mismo proceso reproductivo. Esto puede resumirse en una serie de costos, compromisos y riesgos mayores para la hembra, siendo esta la misma razón por la que económicamente se puede explicar la disposición corriente de los machos a tener sexo, contrastada con la premeditación más extensa de las hembras. Está fortaleza y seguridad, a lo largo de la historia ha mutado a un factor específico, este es la capacidad económica por individuo.
Otra implicación de la teoría económica de Lena Edlund es la de que, al existir menor población masculina en las grandes ciudades, sea la población femenina la que ocupe con mayor frecuencia los trabajos no cualificados, (trabajos que bien podrían ser desarrollados por mujeres u hombres, con indiferentes resultados).
Lena Edlund también establece que entre más altos sean los ingresos monetarios de la población masculina, más alta será la oferta de mujeres solteras en la misma zona(3), esto puede interpretarse de modo que, la población femenina de forma consciente o no, parece haber elegido competir por un número escaso de hombres adinerados, en vez de mudarse a zonas donde la oferta de hombres es mayor, pero con  ingresos más bajos, lo que se traduce en la preferencia por una escasez de buena oferta que por una abundancia de una mala oferta. Este mismo fenómeno explica mayor existencia de población femenina en comparación a la masculina en las grandes ciudades, ciudades en donde habitan individuos con grandes montos de capital,  e igualmente puede aclarar la presencia mayoritaria de hombres en áreas rurales.
Por otro lado, se ha encontrado que las personas tienden a contraer matrimonio con otros individuos de la misma raza, edad similar y zonas geográficas semejantes (4), por lo tanto la ausencia o desequilibrio del mercado matrimonial genera dificultades al género predominante en número, pues tendrá que optar por opciones alternas en el momento de encontrar pareja.

A continuación traigo a colación, y como prueba de la permeabilidad de la racionalidad económica en ámbitos como la elección de pareja el siguiente fenómeno:
Supongamos que hay un salón, en el que se encuentran nueve hombres y diez mujeres, todos buscan inexorablemente contraer matrimonio, teniendo en cuenta solo dos únicos factores; Beneficio monetario de mil dólares para las parejas casadas, e indispensabilidad de que los matrimonios se realicen entre dos personas del sexo opuesto (esto con el único fin de que el experimento marche cabalmente). Lo que ocurriría en principio, es que el beneficio monetario sería acordado en partes iguales, quinientos para el hombre A y quinientos para la mujer B, y así sucesivamente hasta que casi todos quedaran emparejados y con el trato de llevarse cada esposo quinientos dólares al bolsillo. Pero existe un problema, pequeño en cantidad pero gigantesco en repercusión, éste es la ausencia de un hombre para emparentar a la mujer sobrante (recordemos que hemos establecido grupos de nueve hombres y diez mujeres). Lo que conllevaría a que, la mujer sobrante ofreciera un trato a alguno de los hombres ya emparejados y le propusiera quedarse con tan solo cuatrocientos dólares, (esto acorde a la racionalidad económica de que es mejor llevarse un trozo que no llevarse nada), el hombre al que se le ofreciera el trato, optaría racionalmente quedarse con los seiscientos dólares en lugar de los quinientos (recordemos que éste es un mercado de bienes homogéneos, es decir hombres y mujeres, totalmente iguales, condición aplicada para simplificar el fenómeno, pero que no impide recoger el análisis de fundamental). Seguidamente la nueva mujer desemparejada ofrecería una oferta de, por ejemplo, trescientos dólares, aceptando beneficiar al hombre con setecientos dólares. Nuevamente la todavía más reciente mujer desemparejada, ofrecería aceptar una cantidad menor, y así la siguiente y la siguiente, llegando al punto en el que una última mujer ofrecería aceptar el menor beneficio monetario posible, éste sería por ejemplo, la moneda con menor denominación existente. Pero de cualquier manera, al finalizar el regateo de beneficios monetarios aún habría una mujer sin pareja, y todos los hombres ahora, gozarían de un beneficio de novecientos noventa y nueve dólares (en el caso de que la menor denominación monetaria posible fuera de un dólar). El final de éste fenómeno nos conduce a la teoría del precio único, en donde dos bienes iguales que son presentados simultáneamente, se valoraran en el mismo precio. (Claramente este fenómeno podría llevarse a cabo con la existencia de nueve mujeres y diez hombres, en dónde, bajo las mismas condiciones, se llegaría al mismo resultado).
Con estas evidencias queda sentado, el hecho de que las decisiones racionales y económicas, no se limitan tan solo a los campos del trabajo, el salario o la inversión, sino que por el contrario, están presentes en un nivel mucho más amplio, aun en asuntos que, a primera vista, no se creerían fuertemente económicos o racionales.
Nota final: El crédito de todos los análisis fundamentales de los fenómenos anteriormente expuestos, los datos técnicos, poblacionales y las citas bibliográficas son para el libro ‘La lógica oculta de la vida’, del autor Tim Harford, economista y columnista británico, en cuyo libro me he basado para escribir este texto.



(1)  Encuesta de la comunidad estadounidense, ciudad de nueva york (2005).
(2)  Lena Edlund, profesora de economía en Columbia University, Nueva York.
(3)  Afirmaciones soportadas por estudio realizado en Suecia, cuyos resultados arrojaron que, las zonas en las que los hombres gozaban ingresos más altos eran las mimas donde habitaban mayor cantidad de mujeres, especialmente mujeres jóvenes.

(4)  Datos del censo estadounidense recogidos por Kerwin  Kofi Charles y Ming Hing Luoh, ‘Male Incarceration, the Marriage Market, and Female Outcomes’’, documento de trabajo tabla 2.

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