martes, 19 de agosto de 2025

Cúcuta: Historia fronteriza

 Amy Nathaly Reyes Triana


La conocida ciudad fronteriza, ubicada en Norte de Santander, Cúcuta, hace parte del pasado decisivo para la historia colombiana, pues carga con las primeras huellas del origen de la Gran Colombia y, a su vez, con un pasado marcado por tragedia y dolor. Sin embargo, lo que más marca a su gente hoy no es el recuerdo de glorias ni de desastres naturales, sino una crisis económica y social persistente que parece repetirse con el paso del tiempo. Entre la dependencia comercial con el país fronterizo y sus altos índices de migración desatendida, la ciudad ha visto incrementarse sus cifras de desempleo, informalidad y, especialmente, desigualdad. Cúcuta es un vivo ejemplo de los efectos del conflicto y la violencia, no solo en la región, sino en todo el territorio colombiano. Aun así, en Cúcuta se sueña con prosperidad mientras la realidad impone precariedad e indignación.

  La “noble, leal y valerosa” ciudad de Cúcuta ha sido escenario de numerosos hechos históricos nacionales. Empezando por el Congreso de Cúcuta, que tuvo sede en la Villa del Rosario, donde se promulgó la Constitución de 1821 que dio origen a la Gran Colombia. También se reconoce su papel en el inicio de una de las principales actividades económicas actuales del país: la cafetera. Se cuenta que la historia del café colombiano comenzó en el siglo XVIII en el territorio santandereano, donde se importó y exportó por primera vez, abriendo paso a una nueva y significativa actividad económica.

Aunque no todo en esta historia fue positivo. En 1875 ocurrió un hecho que dejó marcada a la ciudad y a sus habitantes: el terremoto de los Andes. El 18 de mayo, un sismo sacudió a Cúcuta y sus municipios aledaños, así como al vecino estado venezolano de Táchira. Este evento, además de destruir masivamente la infraestructura del territorio, dejó un saldo estimado de 500 muertos tan solo en la ciudad. Es considerado uno de los desastres naturales más devastadores registrados en la historia del país.

Por esto, y por mucho más, esta ciudad ocupa varios capítulos en la historia colombiana. Sin embargo, aquí surge la pregunta: ¿cuál es su propia historia?

San José de Cúcuta fue fundada el 17 de junio de 1773 gracias a Doña Juana Rangel de Cuéllar, quien donó los terrenos donde se construyó el asentamiento inicial, territorio que hasta entonces pertenecía a un pueblo indígena. A partir de allí, la ciudad y sus habitantes crecieron social, política y culturalmente, al igual que lo hicieron otros núcleos urbanos de la época. Cuando se consolidó Colombia como nación, el aspecto económico de Cúcuta tomó mayor claridad.

La ciudad tuvo sus propias actividades económicas desde sus inicios y hasta la fecha de hoy siguen vigentes, como lo son la producción de arcilla y cerámicas debido a su abundancia de yacimientos de arcilla en las formaciones y recursos geológicas del área, también permite ladrillos, teja y más derivadas, otra industria a destacar que surge en este territorio es la textil, donde podemos encontrar la producción de zapatos y telas de alta y variada calidad. Sin embargo, el ciclo económico de la ciudad ha sido históricamente dependiente del país vecino, Venezuela, al que comercializaba sus productos más relevantes. El deterioro de la economía venezolana arrastró consigo a la cucuteña: los desequilibrios cambiarios, las tensiones políticas, los cierres y aperturas de la frontera, la migración masiva y el incremento de la inseguridad se han convertido en factores críticos para la sostenibilidad de la ciudad.

Esa dependencia ha comprometido gravemente la estabilidad y el progreso de Cúcuta. Al ser capital de Norte de Santander, también carga con el peso de responder a las crisis de su territorio cercano, como sucede con el Catatumbo. Allí, la violencia entre grupos armados ilegales —principalmente el ELN y las disidencias de las FARC— ha generado desplazamientos masivos hacia centros urbanos, siendo Cúcuta la principal receptora. Esta situación, inhumana y dolorosa, genera no solo indignación, sino problemas estructurales: miles de personas desplazadas llegan a una ciudad que ya lucha contra sus propios vacíos económicos y sociales.

Como consecuencia, la situación ha desencadenado graves problemáticas: desempleo e informalidad que superan el 50 %, desindustrialización relativa, altos costos energéticos en la producción de cerámica y arcilla por retrasos tecnológicos, inseguridad derivada del contrabando, extorsión, control territorial, disminución de inversiones y aumento del costo de vida. Todo esto en un territorio que, pese a su amplitud, no puede cubrir fácilmente las necesidades de sus habitantes ni las de los desplazados y emigrantes que acoge.

No se trata de minimizar una problemáticas sobre otras, pero lo cierto es que el conflicto de este territorio no ha sido documentado ni atendido con la seriedad que merece. Cúcuta sigue siendo parte de Colombia, al igual que el Catatumbo y otras regiones golpeadas por la violencia. Que sea frontera no significa que sus voces deban pesar menos, o que sus problemáticas y su gente no pertenezcan a el país. Por el contrario, su historia refleja lo que el país ha vivido y normalizado durante décadas: violencia, desigualdad y abandono. Creer que estamos exentos de estos daños por no vivirlos directamente es un error inhumano. La realidad de los desplazados y emigrantes la vemos cada día en las calles, y sin embargo muchas veces respondemos con indiferencia, odio o rechazo, como si no compartiéramos una misma sociedad.

Ahora bien, Cúcuta, siendo capital y frontera, no debería estar atada a la dependencia de un país vecino ni sumida en tantos problemas económicos. La ciudad tiene el potencial de convertirse en un puente estratégico de comercio y en proveedor clave para Venezuela y para Colombia misma. Sin embargo, su desarrollo carece de organización y planificación acorde a sus necesidades y ventajas. Solo mediante un manejo más justo de sus recursos, acompañado de políticas serias que atiendan sus vacíos sociales y económicos, podrá prosperar como una de las ciudades más importantes del país. 

La historia de Cúcuta, narrada y documentada tras hechos trascendentales para su territorio en el campo histórico, social y político , ha marcado su realidad actual: una ciudad manchada por la desigualdad, la dependencia fronteriza y la indiferencia del Estado. Lo indignante no es únicamente la magnitud de sus problemas, sino el abandono al que ha sido sometida por parte del sistema, reflejo de un país que parece acostumbrado a repetir sus errores. Y citando a Estanislao Zuleta en Elogio de la dificultad:

“La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiesta de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de Cucaña... metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes” (Zuleta, citado en Semana, 2004, párr. 1).

Cúcuta no necesita imaginar paraísos, necesita políticas reales de transformación, oportunidades de empleo digno y un compromiso verdadero con la equidad por parte de todos. Su historia enseña que, aunque la ciudad ha resistido tragedias y conflictos, lo que no debe resistir más es el olvido y la indiferencia.



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