Devorah Mosquera Collo
A la hora de escribir este ensayo no tenía la menor idea de cómo empezarlo.
Fue al caminar por las calles de Popayán, observando el alrededor, que
surgieron mil y una ideas distintas, pues problemáticas territoriales es lo que
abunda en la ciudad y más allá de ella. Bajo el asfixiante calor, en el otro lado
de la acera se encontraban dos indígenas Misak de edad avanzada que
soportaban la bravura del verano, y a su costado, los productos que con
esfuerzo habían cargado en sus hombros. Sentados en el piso, con los
costales apoyados en el suelo, esperaban… pero no había un solo comprador.
Los originarios dueños de la tierra ahora se encuentran a kilómetros de su
familia o comunidad, intentando comercializar los alimentos e incluso
ofreciéndolos a la mitad del precio real. Y como si esto no fuese suficiente,
ubicados en un estrecho espacio viendo pasar a las personas que se dirigen a
los almacenes donde el precio de los mismos productos se triplica por el simple
hecho de llevar un empaque, haber sido procesado o provenir de otro país.
Es innegable que las grandes cadenas dominan el mercado, pero también es
importante resaltar la cantidad de transgénicos, aditivos, grasas nocivas y
azúcares que tantas empresas ocupan y distribuyen. En contraste, los
productos que los campesinos e indígenas ofrecen son orgánicos y naturales.
Entonces, ¿por qué no existen espacios formales que garanticen su comercio?
Aprovechando nuestra tierra fértil y el esfuerzo de nuestros trabajadores
agrícolas, ¿podría Colombia fortalecer aún más su propia economía?
Hoy existen en Colombia más de 1.000 empresas del sector alimenticio y,
aunque el 70 % de las marcas más compradas son nacionales, muchas
pertenecen a un reducido grupo de familias adineradas. Es cierto que generan
empleos e ingresos, pero no se puede ignorar que el control y el poder del
mercado se concentran en unas cuantas manos. Los pequeños agricultores
tienen una amplia diversidad en sus productos, pero no tienen acceso a los
mismos recursos que las grandes empresas agrícolas, lo que limita su
capacidad de producción a gran escala. Estas dos características no son
compatibles con lo que exigen estas grandes cadenas, por lo cual priorizan
productores que generen una gran cantidad para abastecerse y a un menor
precio.
Es evidente que a las grandes empresas no les interesa que el campesino
crezca, pues detrás del mercado existen otros negocios estrechamente
vinculados, como el farmacéutico. Llegaría así una competencia que supondría
un sistema alimentario más sano, un golpe directo a este sector. Según la
Universidad Nacional de Colombia (2014), el 21,5 % de los hogares
colombianos consumen alimentos ultraprocesados; además, un 15,2 % de
personas entre 5 y 64 años los consumen diariamente, y solo el 22 % consume
frutas enteras. La salud mental también se ve reflejada en este resultado, pues
una investigación realizada por Sapiens Labs (2023), como parte del proyecto
global La mente mundial, analizó datos de 292.786 encuestados de 70 países,
incluyendo 1.090 personas de Colombia. Los hallazgos clave mostraron que, a
mayor consumo de alimentos ultra procesados, mayor probabilidad de
presentar problemas de salud mental. Quienes consumían estos productos
varias veces al día tenían un 53 % de probabilidad de estar deprimidos,
angustiados o luchando, frente al 18 % que rara vez los consumía. Es un claro
ciclo de dependencia: el consumidor compra los alimentos ultraprocesados,
requiere medicamentos y tratamientos, vuelve a comprar los mismos alimentos
por la facilidad, alcance o hábito, y así sigue el ciclo.
Frente a esto, se puede hablar de la soberanía alimentaria, una alternativa para
romper este ciclo e incluso dejando de afectar el medio ambiente con los
residuos contaminantes que salen de las industrias. Se recuperaría la
capacidad de decidir sobre qué se produce y qué se consume, priorizando,
claro está, los alimentos nutritivos, locales y culturalmente nuestros, que no
beneficien únicamente a cadenas manufactureras, sino al bienestar de toda la
comunidad y a la economía campesina. Este concepto político y social,
planteado en 1996 por el movimiento internacional campesino La Vía
Campesina, propone que los pueblos tengan el derecho a decidir sobre sus
sistemas alimentarios y agrícolas lo cual no es solo la reivindicación de su
trabajo y nuestra cultura, sino también el camino hacia el futuro con una buena
calidad de vida.
Referencias
Sapiens Labs. (2023). *Informe del proyecto global La mente mundial*.
Universidad Nacional de Colombia. (2014). *Estudio sobre consumo de
alimentos ultraprocesados en Colombia*.
La Vía Campesina. (1996). *Declaración sobre soberanía alimentaria*.
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